No, no es el número de ningún vuelo famoso (ya sea por un accidente o por un grandioso acontecimiento). Tampoco hace referencia a la cantidad de calorías de un alimento; por fortuna, la naturaleza me ha dotado hasta la fecha de una constitución que me ha permitido obviar tan común (y muchas veces tonta) preocupación.
626 días son los que Oscar Sánchez se ha pasado en un presidio italiano por una serie de errores judiciales, habiendo confundido su identidad con la de un narcotraficante. Casi 21 meses de su vida tirados por la borda gracias a una sucesión de meteduras de pata tan increíbles como preocupantes.
Vale, se puede producir algún tipo de confusión que origine la detención de un ciudadano inocente; por chungo que sea, no me parece descabellado que llegue a ocurrir. ¿Pero realmente es necesario que transcurran casi dos años para comprobar que este señor no era el fulano de las drogas?
Supongo que a este hombre le caerá algún tipo de compensación económica; desde aquí, le deseo de todo corazón que le den un buen porrón de millones que le permitan vivir como el protagonista de la serie Life. Aunque, digo yo, no sé si todo el oro del mundo le harán olvidar los largos días y noches sufriendo en el extranjero de reclusión y compañías de dudoso gusto.
Luego, resulta que otros casos chocan por todo lo contrario. A Jaume Matas, ese modélico gestor público según palabras de Rajoy, le ha caído el primer veredicto de culpabilidad de lo que puede ser una serie de condenas más. Claro, cómo no, recurre la sentencia; pero a este ciudadano ejemplar se le evita cualquier prisión cautelar hasta la revisión del juicio, pese a las demostradas pruebas de conducta poco honesta para con el patrimonio del contribuyente. Como si tener que presentarse quincenalmente a las autoridades para comprobar que no ha salido por piernas hacia algún exilio fuese suficiente castigo. Niño malo, que le decía aquella madre al hijo que había arrancado la cabeza al gato del vecino. Y no estamos en tiempos como para dar un leve tirón de orejas a quien se ha embolsado el producto del sudor de cada vez menos gente.
Por desgracia, al incalificable autor de la matanza de Toulouse no habrá oportunidad de sentarle en el banquillo de los acusados. Pienso que nada hace merecedor a nadie de una pena que suponga la supresión del acto de respirar, por muy hijoputa, desquiciado e inhumano que haya sido su comportamiento. Tampoco es que este tipo merezca una sola lágrima, claro; pero hubiese preferido verle pudrirse en la cárcel, pasándolas putas hasta el resto de su vida.
Ya veis, tres hombres que se han librado, al menos de momento, de una estancia a gastos pagados en el penal. Pero difícilmente podré hablar de justicia…
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